jueves, abril 25, 2024

Stalin-Beria. 2: Las purgas y el Terror (10): El calvario de Nikolai Bukharin

El día que Leónidas Nikolayev fue el centro del mundo
Los dos decretos que nadie aprobó
La Constitución más democrática del mundo
El Terror a cámara lenta
La progresiva decepción respecto de Francia e Inglaterra
Stalin y la Guerra Civil Española
Gorky, ese pánfilo
El juicio de Los Dieciséis
Las réplicas del primer terremoto
El juicio Piatakov
El suicidio de Sergo Ordzonikhidze
El calvario de Nikolai Bukharin
Delaciones en masa
La purga Tukhachevsky
Un macabro balance
Esperando a Hitler desesperadamente
La URSS no soporta a los asesinos de simios
El Gran Proyecto Ruso
El juicio de Los Veintiuno
El problema checoslovaco
Los toros desde la barrera
De la purga al mando
Los poderes de Lavrentii
El XVIII Congreso
El pacto Molotov-Ribentropp
Los fascistas son ahora alemanes nacionalsocialistas
No hay peor ciego que el que no quiere ver
Que no, que no y que no 


 


Tres días después, Bukharin comenzaba a estar donde estaba ya Radek. Le escribió una carta a Stalin en la que le venía a decir que estaba dispuesto a morir por el Partido, pero no a morir como un enemigo de Partido. Definía su situación como la peor de las posibles y confesaba que “me estoy derrumbando en la extenuación”. “Yo”, dijo también, “no soy Radek; yo soy inocente. Y nada me forzará nunca a decir que sí, si la verdad es que no”. Incluso negaba la posibilidad de asumir su culpa por el bien del Partido, porque “eso supondría mi expulsión, es decir, mi muerte”.

Esta carta, sin embargo, nunca fue enviada. En su lugar, Bukharin redactó otra, más formal (ya no era para Koba, sino para el camarada secretario general), con copia a los otros participantes en el careo. Venía a decir lo mismo, pero de una forma más rígida, y terminaba con una cerrada confesión de fidelidad al Partido.

Una semana después de enviar la carta, el 23 de enero, comenzó el juicio de los Diecisiete o segundo gran juicio de las purgas, es decir el juicio contra el centro trotskista. Fue en dicho juicio donde Radek dijo aquello de que él no había sido torturado, sino que había sido él quien había torturado a sus interrogadores. Habló sobre Bukharin, en una confesión revisada por Stalin: “Yo sabía que la situación de Bukharin era tan desesperada como la mía, puesto que su culpa era también la misma. Sin embargo (…) estaba convencido de que daría un testimonio honesto al Estado soviético. Por esa razón, no quisiera verlo esposado. Yo quería que hiciera lo mismo que quería que hicieran otros de nuestros compañeros: que se desarme”. En aquel juicio, Radek fue uno de los cuatro acusados que salvó la vida y, muy probablemente, ello fue por la precisión con la que había conseguido incriminar a Bukharin para futuros juicios.

Al día siguiente de pronunciarse la sentencia, Isai Altshuler Lezhnev, editor de arte y literatura del Pravda, publicó un artículo saludándola, Los Smerdiakovs, que utilizaba la figura del hijo ilegítimo de Fedor Pavlovitch Karamazov, mentiroso, manipulador y delincuente, para referirse a aquéllos que eran “la encarnación moral de la burguesía fascista”. Señal bien clara de que aquello no había hecho sino empezar.

El 18 de febrero, como ya sabemos, el comisario del pueblo para la Industria Pesada, Sergo Ordzhonikidze, se suicidó. Dos días después, Bukharin envió una carta al Politburo anunciando una huelga de hambre que, dijo, no abandonaría hasta que todas sus acusaciones fuesen sobreseídas; jurando que todas eran falsas “por el último aliento de Ilitch, que murió en mis brazos, y por mi amor ardiente hacia Sergo”. Ese mismo día, le escribió una carta a su amigo Koba, pidiéndole que no estuviese enfadado por haber discrepado con él en el pasado: “como ya he escrito antes, soy culpable ante ti por el pasado; pero ya he expiado ese pasado muchas veces”. De nuevo, se definía como una persona “enterrada en vida y escupida por todos”. “Acepta mis disculpas y mi mano tendida. En mi corazón, estoy con todos vosotros, con el Partido, con mis queridos camaradas. En mi cerebro, estoy junto a la tumba de Sergo, que era un hombre maravilloso y auténtico”. Según Larina, cuando escribió esta carta, estaba encerrado en su habitación; se negaba a bañarse y a que su padre le viese.

Justo en el momento en que estaba escribiendo estas dos cartas, tres personas aparecieron en el apartamento y conminaron a la familia al completo a trasladarse al Kremlin. Y justo en ese momento, sonó el teléfono. Era Stalin. El diálogo, reproducido, fue algo así:

 - ¿Cómo va todo ahí, Nikolai?

 - Unas personas me están diciendo que debo trasladarme al Kremlin. A mí no me importa quedarme allí. Sólo quiero algún espacio donde pueda apañar mi biblioteca.

 - Diles que se vayan al infierno.

Stalin colgó. Los tres hombres estaban muy cerca de Bukharin. Así pues, escucharon perfectamente la voz de Stalin, y lo que dijo. Se marcharon.

El día 21, Bukharin dejó de comer. El ayuno, de acuerdo con su mujer, le afectó mucho físicamente, y muy rápido. A los dos días no pudo más y pidió un sorbo de agua; esto fue un duro golpe para su moral. Escribió una carta, A la generación futura de líderes del Partido, y se la hizo memorizar a su mujer. La repasaron más de diez veces. Anna Larina concluyó que estaba “bajando la cabeza”.

Hay que tener en cuenta que, en todo este ínterin, Bukharin estuvo recibiendo cada vez más notas taquigráficas de declaraciones hechas ante la NKVD por otros diciendo que era un conspirador. Además, la Prensa, ya lo hemos visto, se lanzó contra él, y Pravda llegó a apelarlo de agente de la Gestapo.

En esta situación, en la tarde del 23 de febrero, Bukharin y Rykov comparecieron ante el Comité Central. Larina contó que, a las puertas de la sala, Bukharin se mareó y tuvo que sentarse en el suelo.

Yezhov comenzó la sesión anunciando que la colaboración de Rykov y Bukharin en las acciones terroristas se había visto plenamente confirmada desde el pleno anterior. Lo que siguió fue un espectáculo muy poco edificante, de cuatro días, en el cual los miembros del Comité insultaron sin parar a los dos acusados, llamándoles basura, bestias, víboras, fascistas, renegados, de todo; además de exigir su destrucción inmediata y la de sus tentáculos. Fue Yakov Berkovitch Bykin, líder del Partido en Baskhiria, quien reclamó para ellos un juicio como los dos que ya se habían producido.

A la introducción general, por así decirlo, siguieron intervenciones de Molotov, Kaganovitch y Yezhov, casi totalmente dedicadas a analizar el sabotaje presuntamente realizado por espías japo-germano-trotskistas. Molotov aportó un montón de nombres de saboteadores de la industria, al frente de todos los cuales, dijo, estaba Piatakov. Kaganovitch se refirió a la situación del sistema ferroviario, en términos muy parecidos. Yezhov lo resumió todo informando de la existencia por todas partes de enemigos del pueblo.

Ante una audiencia temblorosa que sobreactuó a lo bestia, interrumpiendo a los acusados e insultándolos constantemente, Yezhov desplegó el memorial de acusaciones. Ambos, dijo, habían sido los dirigentes de un “centro superior” de la gran conspiración contra la que el PCUS llevaba luchando más de un año. Bukharin lo negó todo y dijo que ese centro no había existido nunca. En los descansos de las sesiones del Pleno, se organizaron careos entre los dos “acusados” y los testigos que les habían acusado. Los segundos, por supuesto, se reafirmaron en sus relatos.

La tesis principal de Yezhov, confirmada por Mikoyan, fue que, a pesar de su público arrepentimiento de 1929, Bukharin y Rykov habían seguido practicando la oposición. Los dos acusados trataron de defenderse, pero fueron sistemáticamente interrumpidos por los otros miembros del Comité Central, que no pararon de reírse de sus argumentaciones e insultarlos cada mitad de frase

La respuesta de los dos acusados fue, en primer lugar, proveer de coartadas concretas para algunas de las “pruebas” de sus acusaciones; algo que el Comité Central descartó como irrelevante porque, dijeron sus miembros, no era un tribunal. Allí se estaba haciendo política, y ya se sabe que la política tiene sus propias reglas, que no tienen nada que ver ni con el imperio de la ley ni con las garantías procesales (que, de todas formas, en la URSS tampoco existían). Nikolai Tarde Piaches Bukharin, un comunista como cualquier otro que, durante muchos años, había atestiguado, si no aplaudido, ese mismo concepto según el cual las instituciones políticas son entes intuitivos no sometidos a las restricciones de la democracia, se cayó del guindo para decir: “¿Qué quiere decir esa afirmación [este Comité no es un tribunal]? ¿Acaso no estamos interpretando datos concretos? ¿Acaso no se han circulado declaraciones de testigos y testimonios factuales? ¿Cuál es la diferencia entre esto y un tribunal?”

Visto que la defensa procesal clásica no significaba nada ante aquella institución política que lo único que quería escuchar era una confesión sin paliativos, los acusados decidieron apelar a la generosidad del secretario general. En el marco de su confesión/explicación sobre la huelga de hambre, Bukharin dijo algo que debió de sonar a música celestial en los oídos de Stalin: “No puedo pegarme un tiro, porque si lo hiciera la gente diría que me he matado para dañar al Partido; pero si muero de un padecimiento, vosotros no perdéis nada”. Así justificaba la huelga de hambre: como un favor para el Partido. Pero los miembros del Comité, especialmente Voroshilov, recibieron esta confesión con repugnancia. Totalmente desarmado, Bukharin continuó diciendo: “no pido nada, sólo estoy dándoos una idea de lo que pienso y siento; si esto causa algún daño político, por pequeño que sea, por supuesto que haré aquello que me digáis que haga”; confesión que fue recibida con una ominosa carcajada general.

Según Larina, Bukharin, derrotado, se bajó de la tarima y se sentó de nuevo en el suelo. Aquella noche, en casa, cenó “por respeto al pleno del Comité Central”.

De vuelta al apartamento de la Casa de Gobierno, Rykov dejó de hablar casi por completo. Su mujer, por lo demás, tuvo un grave ataque el día que fue informada de la muerte de Ordzhonikidze; había puesto todas sus esperanzas en que el georgiano les protegería. Algunas semanas antes del pleno, Natalia había sido despedida de su trabajo, en la Academia de la Guardia Fronteriza. Durante el pleno, la mujer de Rykov ya estaba inmóvil en la cama, tras el ataque. En casa, de vez en cuando Rykov hablaba, sobre todo para decir: “me quieren encerrar”. Pero la sensación de Natalia era que no le hablaba ni a su madre ni a ella, sino a unos seres imaginarios; vivía en un mundo distinto.

La reunión no hizo caso alguno de las apelaciones de Bukharin y Rykov. Bukharin recibió las conclusiones en un estado de nervios aparente, mientras que Rykov apareció bastante más tranquilo ante un destino que supongo que sabía imposible de regatear. Hacía poco tiempo que Kamenev, Zinoviev, Piatakov, Muralov, Drobnis y Shestov habían sido condenados.

Al finalizar la tarde del 26 de febrero, y de nuevo en la mañana siguiente, Bukharin telefoneó a Poskrebyshev para comunicarle que tanto él como Rykov querían comparecer ante la comisión. Al llegar, sólo dos miembros: (quizás, no estoy seguro) Ieronim Pavlovitch Uborevitch e Iván Akulov, les estrecharon la mano.

Antes de comenzar a hablar Bukharin, Stalin le preguntó en voz alta por qué estaba en huelga de hambre, Bukharin respondió que porque estaban a punto de echarlo del Partido. Entonces Stalin dijo: “pídele perdón al Comité Central” (otras versiones apuntan a que simplemente dijo: “Esa disculpa no es suficiente”). Fue una frase muy medida que demostró que Stalin conocía muy bien a Bukharin. Le provocó, a la vez, un ataque de nervios y cierta esperanza de que pudiera haber una posibilidad de salir de allí sin condena. Sin embargo, cuando Mikoyan lo invitó a confesar sus crímenes, Bukharin reaccionó aseverando: “yo no soy como Kamenev y Zinoviev”. Mikoyan le contestó, fríamente, que si no confesaba, eso lo descubría como espía fascista.

Al final, como en ese mismo pleno quedó bastante claro tras una intervención de Kaganovitch, Bukharin acabaría aplastado por ese marxismo que tanto amaba pero que, según Lenin, tampoco acababa de entender muy bien. Uno de los principios del marxismo que se admiraba y aplicaba más en la Unión Soviética, y que es un principio que, en su aparente simplicidad, ha fabricado mucha miseria y mucho sufrimiento, es aquél que nos dice que bajo el marxismo no existe una distinción entre lo objetivo y lo subjetivo. De alguna manera, se viene a decir que la subjetividad nace de las diferencias sociales; de la existencia de clases. Puesto que el marxismo es una ideología sin clases (bueno, en realidad, tiene una sola clase: la obrera. Pero admitiremos barco como animal acuático y entenderemos que el objetivo final es incluso la desaparición de ésta), el subjetivismo no puede existir. Esto, en la práctica, quiere decir que un buen marxista no puede deslindar el yo objetivo (el marxista como dirigente político o sindical, por ejemplo) del yo subjetivo (el marxista como ser normalmente con dos piernas que se casa, tiene hijos, y bla). Por eso, en puro marxismo, es inaceptable que quien propugna una vida más o menos austera para los demás viva una vida personal rodeada de lujos; o que quien considere que no deben existir los ricos sea, a su vez, rico. Esto, repito, no es un criterio capitalista; es un criterio marxista, y fue el criterio que blandió Kaganovitch contra Bukharin, destrozando su última línea de defensa.

La última línea de defensa de Nikolai, efectivamente, era ésa: objetivamente, podía considerarse que él era culpable de haber colaborado con el terrorismo trotskista, puesto que sus disidencias respecto de la línea general del Partido habían dado alas a esos movimientos. Sin embargo, subjetivamente, Bukharin no debía ser acusado de nada, puesto que él no había colaborado con acción alguna terrorista o contra el Partido. Este argumento, como digo, quedaba anulado por el principio de que no cabe levantar muretes entre lo objetivo y lo subjetivo.

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